viernes, 25 de mayo de 2012

¿EXISTE DIOS? LAS 4 RESPUESTAS DE SMITH


Todos los que nos declaramos ateos hemos tenido que escuchar en alguna ocasión objeciones parecidas a éstas: «¿Y si estás equivocado?». «¿Qué ocurre si Dios existe, si el cielo es real y no un cuento de hadas?».
Estos últimos días he recibido dos mensajes en esos términos.

Cada vez que un creyente se expresa de ese modo está, cuatro siglos después, volviendo a formular la que se conoce como apuesta de Pascal.
En resumen, lo que vino a decirnos el matemático francés es que es más prudente creer en su dios porque, caso de existir, se gana el cielo; y, de no existir, no se pierde nada. Elijo creer por si las moscas, para salvar mi pellejo de los fuegos de un hipotético infierno.
La apuesta de Pascal es débil moralmente, con ese siempre omnipresente dios-a-la-búsqueda-de-idolatría de los monoteísmos, que sólo te salva de la quema si le veneras y le dices muchas veces que él es el único y el más guapo, espejito, espejito.
No sólo moralmente, sino también intelectualmente, ya que desecha la posibilidad de que, si existe algún dios, pueda tratarse no del suyo, sino de cualquier otro de los miles a los que la humanidad adora o adoró. Es una opción que Pascal parece no haber considerado: la de haber elegido como objeto de su adoración al dios equivocado. La de no ser finalmente admitido en el club de la vida eterna por haber sido hincha de un equipo rival.
Puestos a jugar a la lotería contemplemos todas las probabilidades, señor Pascal, señoras y señores apostantes.

¿Existen los dioses o no? ¿Algo o alguien creó el universo y lo controla?
En 1979, en su búsqueda de respuestas a esas preguntas, el filósofo George Smith expuso un planteamiento que, desde entonces, se conoce por la apuesta de Smith. Voy a tratar de explicarla. Con mis propias palabras y mis propias cavilaciones, aclaro. No quiero que se le atribuyan al pobre Smith desvaríos verbales de los que sólo yo soy responsable.
Analicemos los casos posibles:

Caso 1. – No existe ningún dios. En este escenario, los creyentes de cualquiera de las religiones habrán pasado un tiempo precioso en diálogos infructuosos con seres imaginarios. En una primera reflexión, me digo que no tengo nada que objetar e esos diálogos. Rezar ayuda a la estabilidad emocional de muchos. Además, cada cual es libre de hablar con quien quiera y de creer lo que quiera, como si quiere creer que las piedras tienen alma.
El problema surge cuando líderes religiosos obtusos convencen a sus fieles para que arrojen esas piedras a la cabeza de los seguidores de otros dioses, de los ateos, de las mujeres, de los homosexuales... Por favor, crea usted en lo que quiera, pero deje de lanzar odio sobre mí, sobre los míos y sobre el resto de seres humanos. Es terriblemente frustrante comprobar cómo una y otra vez las visiones mitológicas del mundo se inmiscuyen en nuestras vidas, a veces hasta acabar con ellas.

Caso 2. – Existe algún dios pero es impersonal, del tipo en el que creen los deístas. Lo que vienen a decir los deístas es que hubo una causa primera. Que un ente está en el origen de todo. Que ese ente creó el universo con sus leyes para luego despreocuparse por completo, dejándonos a todos a nuestra suerte, sin intervenir. Y que no reparte ni premios ni castigos en juicios finales.
Si los deístas tienen razón, da igual que creamos o no en dioses: no seremos ni premiados ni castigados por ello.
Si los deístas tienen razón, no sirve de mucho rezar cuando tu equipo va a lanzar un penalty, ya que el dios en cuestión, respetando sus propios principios, no va a realizar una exhalación mágica que le dé más fuerza a la pelota, ni va a intervenir de ningún otro modo con sus superpoderes.
Si los deístas tienen razón, puedo entender el motivo por el que su dios-causa-primera se esconde tanto de nosotros: está lejos, muy lejos, en algún rincón remoto del universo, avergonzado, preguntándose aún qué falló.

Caso 3. – Existe un dios –o varios– y es un ser moralmente ejemplar.
De ser así, los ateos, por el hecho de serlo, no debemos tener miedo a que el fuego abrase nuestros traseros.
De ser así, la alabanza interesada, la apuesta a lo seguro tipo Pascal, sería mal vista por el tal ente moralmente superior.
De ser así, el vaivén insistente de nuestra frente en rítmicos golpeteos contra una alfombra o contra un muro no tendría ningún valor a los ojos de ese ente.
De ser así, las personas no seríamos juzgadas en función de si hemos santificado o no las fiestas, de si hemos honrado o no a un dios sobre todas las cosas, de si hemos tomado o no su nombre en vano... sino de si hemos pasado por esta vida haciendo el menor daño posible y, con suerte, algo de bien.
Desgraciadamente, dado lo que contemplamos, parece difícil que existan dioses moralmente ejemplares. Este caso se hace altamente improbable: ¿consentiría un ser éticamente superior todo lo que sucede por aquí? Si nos ama a todos por igual, ¿por qué a algunos los trata tan mal?

Caso 4. – Existe un dios y es tal como nos lo describen los monoteísmos. Pues, de ser así, agnósticos, escépticos, ateos, librepensadores, apostantes por los dioses equivocados... vayámonos todos al infierno. Pero con la cabeza alta. Con la conciencia tranquila. No queremos tratos con dioses que, en lugar de hablar por sí mismos, dando la cara, permiten que, a modo de voceros autorizados, actúen en su nombre líderes iracundos, rencorosos, retrógrados, intelectualmente cerriles, homófobos y misóginos.
Vayámonos todos al infierno: no queremos compartir morada eterna con dioses que castigan a personas honestas por no creer en ellos o por haber creído en otros dioses y que, por el contrario, admiten en su paraíso a terroristas. Ni con dioses que aceptan junto a ellos a cualquiera que, por muy infame que haya sido su vida, se arrepiente treinta segundos antes de morir y pronuncia las palabras mágicas: «creo en ti, acógeme a tu lado, oh, Señor».
Pero no sufran: no acabaremos en ningún infierno. ¡Es tan obvio que esos dioses vengativos y vanidosos han sido modelados a imagen y semejanza de sus creadores, los hombres!

Así que, ante la cuestión de si existen o no los dioses: dado que en cualquiera de los tres primeros escenarios los ateos no salimos perjudicados; y dado que el caso 4 es tan falto de sentido, tan absurdo, tan inverosímil para cualquier mente que se nutra de sensatez, me parece obvio que los ateos podemos dormir tranquilos.
           
Nos vemos en dos fines de semana, si les parece bien. Felices sueños.

viernes, 11 de mayo de 2012

¿COSAS QUE NUNCA CAMBIAN?


Leo en la prensa que el parlamento de Kuwait ha aprobado la pena de muerte para los blasfemos.
Todo musulmán que proclame ofensas contra el Corán, Alá, Mahoma o las esposas de Mahoma, recibirá matarile. Eso sí: si el blasfemo muestra arrepentimiento, será castigado sólo con cinco años de cárcel. La misericordia divina no conoce límites.

Sigo leyendo. Veo una luz al final del lúgubre túnel: seis parlamentarios votaron en contra de la ley.
«¡Bien hecho!», me digo a mí mismo. «Incluso en países donde el adoctrinamiento infantil es feroz y en los que el castigo para los que piensan por sí mismos es la muerte, incluso en esos lugares, hay gente que se rebela. ¡Benditos sean los seis indómitos!»...
Mi candidez tampoco tiene límites: los que votaron en contra no lo hicieron por las razones que yo creía. Si decidieron oponerse a la nueva ley es porque en ella no se incluye ni a Fátima (la hija de Mahoma), ni a los doce imanes venerados por los chiíes.

Las religiones de dios único se parecen enormemente a las politeístas, ésas a las que suelen mirar por encima del hombro. Los llamados monoteísmos, en realidad, no son tales. Tantos líderes santificados, tantos mártires, tantas madres, tantos hijos, ilustran que los monoteísmos se comportan, a la hora de la verdad, igual que los cultos reconocidamente politeístas, actuales y pasados: son múltiples los seres a los que veneran como divinidades.
Pero no es fácil que podamos dialogar sobre ese asunto con, por ejemplo, alguno de los diputados kuwaitíes. La máxima del filósofo Ortega y Gasset: «Cada vez que enseñes, enseña también a dudar de aquello que enseñas», no es una de las favoritas de las religiones. Con motivo, porque la duda acabaría por llevar a las futuras generaciones, casi inevitablemente, lejos de los dogmas. Para mantener el rebaño en el redil es mucho más efectiva la pena de muerte que la exposición razonada de argumentos, no me va usted a comparar.

Paso página. Parece ser que hoy en la prensa, los protagonistas, más que los propios dioses, son sus séquitos, tanto celestiales como terrenales. El arzobispo de Madrid ha autorizado la construcción de una capilla en Prado Nuevo, lugar al que ya acuden peregrinos por millares. Una vidente les ha conseguido convencer de que la virgen María se apareció allí varias veces.
            «La virgen dijo que, cuando estuviera construida la capilla, el agua de la fuente curaría», afirma Pedro Besari, presidente de la asociación que lucha para que la capilla sea una realidad.
            «¿Y por qué no empieza a curar ya?», es la pregunta que se me presenta como evidente. «¿Por qué un ser de naturaleza caritativa, lleno de amor, no empieza a obrar milagros sin esperar nada a cambio? ¿Y por qué lo que pide a cambio es algo tan mezquino como ser adorada?».
Según la vidente, la virgen ya le ha revelado las medidas exactas que desea para su capilla. No es broma. En fin... Lo único que hace que podamos perdonar a dioses y demás entes etéreos es que no existan. Que sean, como todo indica, fruto de la imaginación de los seres humanos. Porque, en caso de existir, algunos de nosotros, antes de encaminarnos hacia el infierno, querríamos hacerles unas cuantas preguntas más.
Da igual hacia dónde miremos: si lo hacemos con atención, tarde o temprano algo nos indicará que resulta inconcebible que este mundo sea de origen divino. Pero, a pesar de ello (o quizá a causa de ello), mucha gente busca consuelo en el más allá, en uno u otro tipo de paraíso celestial o de vida eterna, sumergiéndose aún más en creencias irracionales.
«La virgen dijo que, cuando estuviera construida la capilla, el agua de la fuente curaría. Por eso esperamos que, cuando esté finalizada la construcción, acuda muchísima más gente», añade el señor Besari.
¡Acabáramos! Entre Fátima (Portugal) y Lourdes (Francia) hay un largo trecho. Madrid se encuentra –kilómetro más, kilómetro menos– a la misma distancia de ambas. He contemplado en persona el colosal volumen de negocio que genera Lourdes. Entiendo que los poderes terrenales deseen que Madrid cuente con su propio centro de milagros.

Como suelo hacer cuando me da por pensar que hay cosas que nunca cambian, busco refugio en las palabras de otros. Me ofrecen algún alivio las de José Luis Sampedro: «Desde la primera infancia nos enseñan, primero, a creer lo que nos dicen las autoridades, los padres, la mayoría, el cura... y, luego, a razonar sobre lo que hemos creído. No, no, no. La libertad de pensamiento es al revés: primero razonar y luego creeremos...»
            Seguramente, a esa mayoría le resultará ya imposible invertir el orden y pasar a razonar primero para creer después. Quizá es demasiado tarde para la libertad mental de muchos. Pero no lo es para los más jóvenes.
Por eso, para que las cosas en el mundo vayan a mejor, se me antoja tan importante que los dogmas religiosos dejen de ser inculcados en los cerebros de los niños como si fuesen certezas absolutas. Por eso defiendo con absoluta convicción la idea de que las creencias religiosas deberían estudiarse en los colegios desde una perspectiva antropológica y sociológica, pero nunca como verdades demostradas. Y si, una vez adulta, una persona, tras haber aprendido a razonar, desea creer en uno u otro dios, o en varios, las religiones siempre estarán ahí, para ofrecerle sus milagros y sus consuelos metafísicos.
           
A veces, mi visión de un mundo en el que las creencias no vayan antes que las razones me parece utópica. Y en esos instantes cetrinos se apodera de mí la idea de que perdemos el tiempo, ustedes y yo. La idea de que no sirve de nada leer y escribir insistentemente sobre tanto sinsentido.
            Pero entonces, cuando el pesimismo casi parece haber vencido, traigo a mi memoria unos versos del poeta Kepa Murua: «Hacedlo con tacto, con educación. Pero con osadía, incluso sin miedo. Que poco a poco cambian las cosas que parece que nunca cambian».
Al fin y al cabo, hace no tanto, aquí también se mataba a los blasfemos. Y ya no ocurre.


Nos vemos en dos fines de semana, si les parece bien.