«¡Qué fácil es meterse con los cristianos! ¡Con los moros no te atreves!»
El mensaje me llegó justamente mientras buscaba
yo tema para este artículo – lo cual, dicho sea de paso, no es tarea fácil, ya
que procuro no repetir ningún argumento de los que usé en ¿Dónde está Dios, papá? por si algún lector del blog quiere también
leer el libro, una vez se publique en septiembre.
Toda opinión puede contener algo de verdad, aunque a
primera vista no lo parezca. Por ello, decidí analizar si mi remitente tenía
razón, con mayor motivo dado que semanas atrás me llegó otro comentario similar.
Me parecía rara esa repetición de la misma
acusación, porque recordaba yo al menos dos artículos –El cuerdo en el manicomio y ¿Por
dónde amputar?– en los que había dejado correr mi atrevida lengua
específicamente sobre las barbaridades del islamismo radical. Además, cada vez
que hablo de forma genérica de los monoteísmos, es claro que entre ellos está
incluido el Islam.
Pero,
tras navegar por estos mundos virtuales y leer un poco sobre el asunto,
enseguida me di cuenta de que el comentario: «atacar al cristianismo es fácil,
probad a meteos con el Islam» resulta muy socorrido y es muy utilizado por los
cristianos contra los ateos. Por lo que parece, antes de haber empezado
siquiera a argumentar, muchos presentan esa frase recurrente a modo de ataque
directo al estómago de su oponente dialéctico, queriendo dejarle sin
respiración, sin palabras, llamándole cobarde.
Por eso, no tardé mucho en dejar de
preocuparme por si estaba siendo injusto en mi trato hacia alguna religión en
particular.
De todas formas, qué pobre resulta la argumentación
que subyace bajo ese tan usado «con los moros no te atreves». Porque, si la
interpreto bien, lo que viene a decirse con esa frase es: «¡Qué lástima que
nuestras leyes me obliguen a comportarme civilizadamente, porque si no...!»
Afortunadamente,
vivo en un lugar en el que puedo decir que soy ateo. Seguramente, caso de ser
yo saudí, por ejemplo, no me quedaría más remedio que creer en el dios de sus
desiertos. Si caminara por país de cojos, pierna de palo me pondría, ¡a la
fuerza ahorcan! Además, posiblemente allí tampoco sería yo ateo por otra razón:
porque la libertad de pensamiento, si no se conoce, ni se desea ni se echa de
menos.
Todos sabemos la facilidad con la que mahometanos
radicales, por la menor bagatela, por el más pequeño dibujito, te plantan un
tiro en el corazón, o una bomba debajo de las posaderas, con una desenvoltura
singular.
(Muchas veces hemos oído que el islamismo
es una religión de paz. A quienes nos cuentan eso, les sugeriría que nos
hablasen del Corán en su totalidad y no sólo de los extractos más presentables
en sociedad. Y lo mismo es aplicable al cristianismo y a su Biblia).
Aunque sea cierto que no tengo ninguna
gana de ver mi cuello seccionado por el cuchillo de un barbudo yihaidista,
también es verdad que la honestidad que trato de imponer a lo que escribo me
impediría hacer críticas a una religión, si no tuviera valor para hacer esa
misma crítica a la religión musulmana o a cualquier otra.
Así
que, cuando hablo sobre creencias religiosas, cuando expreso mi opinión de que
esas creencias deberían guardarse para los templos y para las reuniones
privadas de sus fieles y de que no deberían interferir en asuntos de todos, me
estoy refiriendo a todas ellas, islamismo incluido, por supuesto.
Pero,
por ser de donde yo soy, el catolicismo es el subgrupo religioso que me toca
más de cerca. Podría hablar sobre el jainismo, o el mandeísmo, o el
neodruidismo... Pero apenas sé nada sobre sus dogmas. No hablo sobre ellos por
desconocimiento. Y no hablo de ellos, sobre todo, porque no son los que afectan
a mi vida de una forma directa. ¿Por qué iba a querer saber más sobre ellos, más
allá de por pura curiosidad, si no han determinado mi vida, si no influyen
tantísimo en mi entorno, como sí lo hace el catolicismo?
Las religiones no dejan de mostrarnos su poder, sus
ganas de interferir en asuntos sociales y políticos. Sin ir más lejos, la
ministra de empleo de mi país, España, hace unos días nos pidió rezar a la
virgen del Rocío para que nos ayude a salir de la crisis económica...
¿Quién podría persuadirnos, a los que
formamos parte de la masa desprovista de prebendas, de que en esta corta vida
hemos de pasarlo mal? ¿Qué podría hacernos olvidar que, de ser las cosas de
otra forma, es decir, si los privilegiados no pudieran saquearnos impunemente,
podríamos estar mejor? La religión. La religión, con sus falsas esperanzas en
una vida celestial más llevadera que la terrenal. Con su engañosa creencia de
que hablar con madres o padres imaginarios va a ayudarnos a salir de nuestros
problemas.
Me pareció tan burda, tan demasiado
usada, tan de siglos pasados, tan habitual entre los poderosos de todas las
épocas, esa grosera utilización que hizo usted el otro día de la religión,
señora ministra, que no he podido evitar hablar de ello. Con sus palabras, me
produjo usted un íntimo mal humor del que me costó desprenderme. Finalmente,
escribiendo, conseguí desahogarme.
Cuando contemplamos como el pensamiento mágico y las
supersticiones siguen tan presentes en todo es cuando a algunos nos da por hablar
sobre religiones. Pero en el rincón del mundo en el que yo vivo es el
catolicismo el que más se inmiscuye en mi vida. Por eso también hablo más de
él.
«Los ateos como usted, que no dejan de
hablar sobre religiones, acaban siendo tan fanáticos como algunos fanáticos
religiosos», vino a decirme otro lector en una ocasión. No, no lo creo. Creo
que lo que ocurre es que, lastimosamente, hablar sobre creencias religiosas
cuestionando su lógica ya se considera fanatismo. Suele llamarse fanatismo ateo
a todo lo que sea abrir la boca para preguntar si las cosas que nos cuentan las
religiones tienen sentido.
Los creyentes, da igual que sean cristianos (ministros
del gobierno incluidos), musulmanes, judíos o hinduistas, mantienen un diálogo,
una relación personal, con sus respectivos dioses, profetas, santos y madres vírgenes.
Los ateos, una vez adultos, en lo que respecta a dioses tratamos de
mantener una relación personal con la realidad sin que nuestras necesidades
emocionales la distorsionen.
Nos vemos por aquí dentro de dos fines de semana, si
les parece bien.
[Les adjunto los enlaces directos a los dos artículos
mencionados en éste: